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FREUD Y EL TEMA DE LAS TOXICOMANÍAS EN “EL MALESTAR EN LA CULTURA”


VIVIANA CAREW

 


TOXICOMANÍA, UNO DE LOS NOMBRES MODERNOS DEL MALESTAR.

La toxicomanía es un mal moderno y de la cultura occidental. No es casual que la referencia más fuerte que encontramos en Freud al tema de la droga se encuentre en el texto "El malestar en la cultura" (1929). En este texto se ocupa del tema de la felicidad y de la oposición entre el sujeto y la cultura, en tanto que el hecho mismo de la cultura implica una renuncia, la renuncia de cada sujeto a la aspiración individual de la libertad, y una renuncia más fuerte aún, la renuncia pulsional, al autoerotismo y fundamentalmente a la pulsión de muerte.
Así Freud llega a afirmar que la felicidad no está contemplada en la naturaleza del ser humano, más bien, las exigencias de la vida operan en su contra. Luego plantea tres opciones para mitigar el sufrimiento que la renuncia nos impone: Las satisfacciones sustitutivas (sublimación); poderosas distracciones que nos permitan olvidar nuestra miseria; y los narcóticos, a los que les otorga la cualidad de ser los más poderosos y efectivos por tres particularidades específicas: su efecto es inmediato, evitan el dolor proporcionando además placer, y generan la ilusión de independencia en relación al mundo exterior, a la cultura en general. Queda así localizada la droga como el medio más poderoso para evitar el encuentro con la verdad del ser hablante: el sufrimiento de la vida, marcado por un encuentro que implica una pérdida radical, la separación del goce del cuerpo por el significante.
Entonces, si nos ubicamos del lado del sujeto que consume drogas, al malestar responde con la sustancia. Podemos pensar que este sujeto elige la droga por su particular posición subjetiva, y además, porque el contexto social en el que le toca vivir, le ha dado miles de mensajes para buscar soluciones mágicas a su malestar.



PÁRRAFOS EXTRAÍDOS DEL CAPÍTULO II DE “EL MALESTAR EN LA CULTURA”, TEXTO DEL AÑO 1929.

SIGMUND FREUD, OBRAS COMPLETAS, TOMO XXI. AMORRORTU EDITORES.

…La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. (“Eso no anda sin construcciones auxiliares”, nos ha dicho Theodor Fontane, en su novela Effi Briest de 1895)
Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.
Algo de este tipo es indispensable. (Lo mismo dice Wilhelm Busch en Die Fromme Helene, “Quien tiene cuitas, también tiene licor.”)

…Se diría que el propósito de que el hombre sea dichoso no está contenido en el plan de la creación. Lo que en sentido estricto se llama felicidad, corresponde a la satisfacción mas bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico.
…estamos organizados de tal modo que sólo podemos gozar con intensidad el contraste, y muy poco el estado. Ya nuestra constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha.
Mucho menos difícil es que lleguemos a experimentar desdicha. Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos.

…No es asombroso, entonces, que bajo la presión de estas posibilidades de sufrimiento los seres humanos suelan atemperar sus exigencias de dicha, tal como el propio principio de placer se transformó, bajo el influjo del mundo exterior, en el principio de realidad, más modesto.
…No es asombroso que se consideren dichosos si escaparon a la desdicha, si salieron indemnes del sufrimiento, ni tampoco que dondequiera, universalmente, la tarea de evitar este relegue a un segundo plano la de la ganancia de placer.
La reflexión enseña que uno puede ensayar resolver esta tarea por muy diversos caminos…

…Empero, los métodos más interesantes de precaver el sufrimiento son los que procuran influir sobre el propio organismo.
El método más tosco, pero también el más eficaz, para obtener ese influjo es el químico: la intoxicación. No creo que nadie haya penetrado su mecanismo, pero el hecho es que existen sustancias extrañas al cuerpo cuya presencia en la sangre y los tejidos nos procura sensaciones directamente placenteras, pero a la vez, alteran de tal modo las condiciones de nuestra vida sensitiva que nos vuelven incapaces de recibir mociones de displacer. Ambos efectos, no solo son simultáneos, parecen ir estrechamente enlazados entre sí.
Pero también dentro de nuestro quimismo propio deben existir sustancias que provoquen parecidos efectos, pues conocemos al menos un estado patológico, el de la manía, en que se produce esa conducta como de alguien embriagado sin que se haya introducido el tóxico embriagador.

…Lo que se consigue mediante las sustancias embriagadoras en la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria, es apreciado como un bien tan grande, que individuos y aún pueblos enteros les han asignado una posición fija en su economía libidinal. No solo se les debe la ganancia inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada, respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los “quitapenas” es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino. En ciertas circunstancias son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos… (Sigmund Freud, escrito en 1929)