SUBJETIVIDAD ADICTIVA: UN
TIPO PSICO-SOCIAL INSTITUIDO.
CONDICIONES HISTÓRICAS DE POSIBILIDAD.
IGNACIO LEWKOWICZ
1. ¿Cómo es socialmente posible la figura
onmipresente del adicto? ¿Cómo es posible que una sociedad no sólo produzca
adictos sino que, sobre todo, los instituya como tales, como un tipo
reconocido, admitido, predicado y tratado? ¿En qué condiciones
socioculturales es posible que la adicción se constituya inequívocamente en
institución social? Una perspectiva historiadora puede trazar unas líneas de
reflexión sobre algunos puntos de estos problemas generalmente ciegos en su
evidencia.
2. Las adicciones constituyen un problema contemporáneo. Lo notorio es que
no constituyan sólo un problema local, específico, acotado al campo de
intervención de una disciplina particular. La adicción -quizá aun una
evidencia ideológica sin concepto riguroso que pueda cubrir la multiplicidad
diseminada de sus usos- parece desbordar irremediablemente las capacidades
de comprensión y acción de las diversas disciplinas destinadas a sus
cuidados. Lo notorio, entonces, es que las adicciones pertenecen "por
derecho propio" al campo inespecífico de los problemas sociales. Este
reconocimiento general que hace de la adicción un objeto particular de
predicación de cualquier discurso, viene a indicar -para la mirada
historiadora- que no estamos sólo ante una estructura clínica particular, o
en presencia de unos fármacos específicos que alteran las personalidades de
las personas, o ante una modalidad delictiva particular. No estamos ante el
mero incremento cuantitativo de unas prácticas que llamamos adictivas sino
ante la instauración cualitativa de un tipo radicalmente nuevo de
subjetividad socialmente instituida.
3. Uno de los principales problemas de la encrucijada actual de las ciencias
humanas es el de la articulación de las dimensiones que corrientemente se
llaman individual y social. Por las condiciones institucionales y
epistemológicas de surgimiento de las psicologías y sociologías, la
exterioridad mutua entre ambas dimensiones ha constituido una constante del
desarrollo de ambos tipos de disciplinas. Por cuestiones resultantes de
método, para las disciplinas "psi", lo que suelen llamar "social" tuvo tres
modalidades de asunción distintas. En la primera versión, el lazo social se
presenta lisa y llanamente como proyección acumulativa de las estructuras y
configuraciones psicológicas constitutivas de los individuos: el lazo es la
multiplicación de los individuos. En la segunda versión, el conjunto de las
configuraciones sociales trabaja como contexto particular que condiciona en
exterioridad las posibilidades de realización de lo que es el mundo interno
de los individuos. El mundo social no es constitutivo de tal psicología sino
que sólo permite o impide la efectuación de tales o cuales tendencias
psicológicas que de por sí son independientes de sus posibilidades de
realización. En la tercera versión, el peso de las condiciones
socioculturales en la constitución psíquica de los individuos se acrecienta,
se reconoce, se proclama, pero sin hallar los modos de articulación teórica
pertinente: la relación se plantea en términos de influencia cuantitativa.
Desde el campo de las disciplinas sociales tampoco se ha resuelto el enigma
-pese a la multiplicidad de observaciones sistemáticas en muy diversas
situaciones socioculturales. Los individuos se presentan, en este campo,
como puntos de realización particular de las configuraciones sociales en las
que habitan. La articulación entre las dimensiones sociales e individuales
de los sujetos en cuestión es aún más un requerimiento que una realización.
Desde el campo del discurso histórico, el movimiento actual que intenta
comprender esa relación se nuclea en torno del nombre aún difuso de historia
de la subjetividad.
4. Este largo párrafo metodológico se justifica si permite aclarar la
perspectiva que aquí se intenta: no limitar las condiciones sociales al
campo de la influencia real sobre individuos ya estructurados. La
perspectiva adoptada postula que las condiciones socioculturales específicas
en que se despliega la vida de los individuos no es un escenario de
realización que condiciona en exterioridad sino que es una red práctica que
interviene en la constitución misma de los tipos subjetivos reconocibles en
una situación sociocultural específica. Una precisión. La noción de red de
prácticas importa aquí en tanto que estrategia discursiva que busca abolir
en su operatoria la distinción entre las dimensiones individual y social -en
cualquiera de sus versiones-. La abolición de esta distinción no es el
resultado de la reunión de unas parcialiadades en un todo, sino la
institusión de otra dimensión: la dimensión inespecífica de las prácticas.
Son las prácticas las que producen lógicas sociales, pero también son las
prácticas las que fundan subjetividad. En rigor, hay una misma causa capaz
de producir efectos de tan diversa naturaleza. En tal sentido, las prácticas
no pertenecen ni al campo de lo social no al campo de lo individual, se
trata de fuerzas autónomas de esta diferenciación.
¿Por qué vale aquí esta postulación? La figura del adicto -más allá de las
configuraciones médicas, jurídicas y psíquicas específicamente detectables-
es una figura socialmente instituida, es un tipo subjetivo reconocible. La
institución social "adicción" existe porque socialmente es posible la
subjetividad adictiva. La adicción es una instancia reconocible
universalmente porque la lógica social en la que se constituyen las
subjetividades hace posible -y necesario- ese tipo de prácticas.
5. La posibilidad social de la adicción no se limita al par éxito-fracaso
social. La modalidad espontánea de remisión de las adicciones a las
condiciones sociales supone que la adicción es una respuesta siempre latente
en los individuos y las sociedades, que es una tendencia siempre disponible
que se activa cuando las condiciones sociales específicas las disparan. El
individuo está definido de por sí; la tendencia adictiva está latente. Basta
con que socialmente se suministre la dosis pertinente de frustración,
escepticismo o desasosiego. Pero si se nos impusiera nuevamente la evidencia
de que los fracasos sociales empujan a la salida -siempre disponible- de la
adicción, recaeríamos en la lógica de la influencia de las condiciones
externas de realización de las tendencias ya constituidas autónomamente en
los individuos. La perspectiva propia de la historia de la subjetividad
exige suspender este tipo de análisis: no interesan aquí los factores
sociales que empujan a la adicción de un individuo -pasible de volverse
adicto ya de por sí- sino las prácticas sociales de constitución de una
subjetividad en la que la adicción sea una posibilidad siempre dada desde
ya. La percepción de una subjetividad adicta no se preocupa aquí por la
realización coyuntural de las tendencias adictivas sino por la constitución
misma de esa posibilidad. No interesan aquí entonces las causas coyunturales
que empujan a la droga sino las que producen una subjetividad amenazada de
caer en adicción.
6. No consideramos aquí los factores de
realización: dramas personales o familiares, desengaños laborales o
expulsiones amorosas, pérdida de ilusiones o de referentes. Tampoco
consideramos las condiciones jurídicas que condenan o permiten el consumo y
tráfico de sustancias adictivas. Menos aún las configuraciones psicológicas
que hacen de un individuo supuestamente autónomo un dependiente en grado
sumo. En suma, ni las propiedades de las sustancias, ni las propiedades
particulares de los individuos, ni las ocasiones de "caída" serían posibles
si el tipo adictivo no estuviera socialmente producido e instituido.
7. Pues es difícil imaginar situaciones sociales
en las que no hubiera individuos que excesivamente se aferraran a alguno de
los productos ofrecidos por su cultura. Hay siete pecados capitales, y
cuatro de ellos -si no todos- pueden leerse en esta clave. Pero lo cierto es
que sólo nuestra contemporaneidad realiza esta posibilidad de lectura. Sólo
en las condiciones actuales cualquier relación tenaz de un individuo con
algún objeto de su cultura es leída bajo el tamiz instituido de la adicción.
Nada semejante ocurre en la antigüedad griega. Como se verá, la modalidad
establecida de la relación excesiva de un individuo con otro individuo u
objeto no se da bajo la institución de la adicción sino bajo la figura
emblemática de la esclavitud. Esta modalidad antigua de relación no da lugar
a la figura del adicto. La adicción es el cristal actual desde el cual se
comprenden las relaciones enfáticas. Las sustancias "generadoras" de
adicción cubren todos los rubros: más de siete que incluyen vicios y
virtudes (alcohol, sexo, drogas, pero también trabajo). La maligna cualidad
adictógena no sólo está en las cosas malas sino también en la pureza de las
nobles cosas. Todos somos en potencia adictos. Somos adictos, en potencia, a
todo. La amenaza es universal y ubicua.
8. Que el adicto sea una figura instituida
significa que, por un lado, es efecto de unas prácticas sociales de
producción de subjetividad; por otro, que el efecto es universalmente
reconocible. La figura del adicto es un tipo psicosocial porque es
reconocible, está tipificada, es objeto de predicación y objeto de cuidados
sociales; en definitiva, porque brinda una identidad capaz de soportar el
enunciado de virtud ontológica: soy adicto. La identidad adictiva es el
índice de existencia de una subjetividad instituida. De donde se deriva que
la adicción no sólo es un riesgo de la configuración social actual, sino la
amenaza contra la cual hay que organizar una serie de cuidados casi
microscópicos.
9. Habíamos dicho que en otras configuraciones
socioculturales no existía el adicto como tal. Comportamientos que desde el
punto de vista de las prácticas hoy pudieran ser percibidos anacrónicamente
como adictivos no eran tales en su situación: por un lado, podían estar
nombrados -es decir significados- de otro modo; por otro, si el término
"adicto" podía existir no daba lugar a un tipo psicosocial vulgarmente
asignable sino que circulaba como término técnico clasificatorio en el
interior de una disciplina específica. De ninguna de las dos maneras, el
tipo adicto adquiría el significado (por lo tanto el tipo específico de
existencia que es la existencia social) que hoy tiene a partir de los
discursos hegemónicos circulantes. Ni el que se comporta pasivamente ante
los placeres, llamado "esclavo" en la antigüedad, ni el libertino o el
vicioso están tomados por la red discursiva e institucional que hoy da
existencia al adicto: un discurso massmediático, una tematización
generalizada, una serie de asociaciones de ayuda, una institución de estas
prácticas bajo el mote patológico de enfermedad, una derivación espontánea
de estas conductas hacia la esfera psicológica, una remisión de la
causalidad hacia las familias de origen -supuestas depositarias de todas las
carencias que resultan en la adicción particular del individuo particular.
10. De aquí se infiere que el mundo de la
adicción sólo es posible en determinadas condiciones socioculturales. Estas
condiciones involucran la institución de un soporte subjetivo del lazo
social; la existencia correlativa de un envés subjetivo específico; la
hegemonía sociocultural de una instancia específica de delimitación de las
patologías; la operatoria social efectiva de dispositivos de cura,
predicación y cuidado de las patologías instituidas.
El adicto es posible en situaciones en que el soporte subjetivo del estado
ha dejado de ser el ciudadano y ha recaído en el consumidor; en que el envés
subjetico de la figura instituida del consumidor se ha desplazado del
inconsciente propio del sujeto de la conciencia a formas aún no teorizadas,
pero que insisten bajo el modo de patologías del consumo y de la imagen; en
que la instancia de derivación y reconocimiento de las patologías ha dejado
de ser el discurso médico y sus derivaciones "psi" para recaer en el
discurso massmediático; en que el modo genérico de tratamiento y cuidado es
el de la autoayuda y el grupo homogéneo de los identificados por el rasgo
patológico específico.
11. La subjetividad adictiva se puede considerar
socialmente como un subproducto de la subjetividad del consumidor.
Recordemos que aquí nos referimos a las patologías socialmente instituidas y
no a las estructuras clínicas específicas. Sólo en este plano de la
patología socialmente establecida como tal es posible situar la génesis de
la figura del adicto en la figura instituida del consumidor. La subjetividad
del consumidor habrá que considerarla como el efecto de unas prácticas de
constitución y no como una mera "ideología consumista" que satura de unos
ideales bajos a un sujeto ya constituido. La radicalidad de la institución
subjetiva es de otro tipo. En la perspectiva del historiador, no tiene
existencia una entidad abstracta como el hombre. Para la historia de las
subjetividad, los hombres son lo que las prácticas de producción de
subjetividad los hacen ser. Estas prácticas socialmente establecidas
determinan la naturaleza humana en cada situación. Contra el sentido común,
la esencia aquí es situacional y no sustancial. El consumidor no es un
accidente contemporáneo que le sobreviene a la eterna naturaleza humana sino
que trama la naturaleza misma del hombre contemporáneo. Es lo que se llama:
concepto práctico de hombre instituido en cada situación sociocultural.
Consumidor, entonces, no es un adjetivo del hombre contemporáneo sino una
definición situaciones.
12. El consumidor está producido por una serie
de prácticas específicas. La serie de prácticas lo instituye como un sujeto
que varía sistemáticamente de objeto de consumo sin alterar su posición
subjetiva. Actualmente, la vertiginosa sustitución de ropas y juegos
infantiles instaura al cachorro en una lógica de equivalencia específica: el
término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El anterior no cae por
haber hecho la experiencia subjetiva de la relación con ese objeto
particular, sino por la presión del nuevo que viene a desalojar el anterior.
El anterior cae sin tramarse en una historia. El término que viene es la
promesa de felicidad inmediata -si no, a su vez, habrá de caer. Entonces,
¿qué posición subjetiva es la que inducen estas prácticas? Todo ha de
esperarse del objeto, nada del sujeto. La promesa es la del objeto próximo.
La lógica de la satisfacción por el objeto es la del todo o nada. No se
produce entonces nada semejante a la modificación del objeto por el sujeto
ni del sujeto por el objeto. En un comercio sin interacción el sujeto es
soberano de asumir y desechar, pero no es libre de alterar ni de alterarse
-con lo cual queda excluida la posibilidad de una experiencia y una
historia. Insistimos: aquí sólo se trata del consumidor como figura
emblemática establecida; no cuenta en esta línea lo que cada individuo haga
con lo que hicieron de él, con el consumidor en que fue constituido (así
como en los tiempos modernos, no contaba para la determinación de la figura
instituida del ciudadano lo que cada ciudadano hiciera con el ciudadano que
habían hecho de él).
13. Las prácticas de producción de subjetividad
determinan un rasgo como esencial. Por este rasgo esencial, se reconocen
mutuamente los "individuos" que así han sido engendrados. El rasgo
distintivo del sujeto engendrado por las prácticas cívicas propias de los
estados nacionales (el ciudadano) fue la conciencia. Un hombre era hombre en
la medida en que estuviera en plena posesión de sus facultades conscientes:
los locos estaban excluidos; los niños postergados. La pertenencia a la
humanidad estaba supeditada al reconocimiento de que un individuo poseyera
tal rasgo. El rasgo que caracteriza a quien ha sido producido como sujeto de
consumo es la imagen. Lo que se llama cultura de la imagen es el efecto
visible de la prácticas de producción de subjetividad consumidora. Así como
ser hombre fue poseer una conciencia; ser hombre hoy es ser reconocido como
imagen por otro que a su vez lo es. Las prácticas de consumo, además de
sostener la promesa de felicidad otorgada por el próximo objeto, producen
una especie particular de lazo social. El consumo no es un acto solitario:
requiere de un espectador o testigo. El consumo de objetos es también la
producción de unos signos. El acto de consumir tales o cuales objetos del
mercado (de cosas, de libros, de cine, de imágenes, de turismo, de música,
de psicoanálisis, de guía espiritual, de carrera universitaria, de ropa, de
decoración, de maquillaje, de hormonas, de siliconas, de terapias y
medicinas, de pipas y cirugías) es de por sí un signo puesto para el
reconocimiento del otro. El que reconoce tiene la virtud de otorgar el ser
según la propiedad siempre amenazada del sujeto de la imagen. Quien poseía
una conciencia difícilmente la perdiera: al menos la locura no constituía su
amenaza cotidiana. En cambio, hoy la imagen está universalmente amenazada
porque no es una propiedad que se pueda adquirir definitivamente sino que
hay que adquirirla todos los días. La lógica de la moda hace caer los signos
válidos por un día. Lo que ayer era un signo hoy puede ya no serlo sin aviso
previo; el que lo porta cae del campo de la mirada. Y si ser es ser
reconocido como imagen, no ser reconocido priva del ser -el menos por el
tiempo que demora la obtención del objeto cuyo consumo hoy hace signo.
14. Las adicciones se sitúan en el envés
subjetivo específico del sujeto instituido del consumo. Las patologías
socialmente instituidas se constituyen en la captura del envés por una
instancia ideológica de delimitación. La institución del sujeto de la
conciencia por las prácticas cívicas -y la familia nuclear burguesa que le
corresponde, por delegación del estado nacional- produce a su vez, como un
efecto inevitable pero ciego, el mundo fantasmagórico que el psicoanálisis
estableció posteriormente como sujeto del inconsciente. A partir de la
institución del sujeto de la imagen por las prácticas de consumo: ¿qué se
estará produciendo como envés específico? En ese envés se produce una serie
de anomalías. Esa serie de anomalías para consistir, tiene que ser leída por
un discurso específico y controlada, cuidada, predicada y distribuida por la
serie de instituciones que realizan la eficacia de ese discurso específico.
Hasta el advenimiento del psicoanálisis, el envés subjetivo del sujeto de la
conciencia era tomado como desviación por el discurso médico. Las anomalías
adictivas hoy parecen estar en posición semejante a las anomalías histéricas
respecto del discurso médico. La instancia de delimitación de las patologías
se ha desplazado del discurso médico al massmediático. Lo que socialmente se
llama adicción es efecto de la lectura y tratamiento del envés subjetivo del
sujeto consumidor por el discurso massmediático y sus instrumentos
institucionales (comunicación y autoayuda).
15. El mercado requiere multiplicar el número de
consumidores. No nos extrañemos que la desocupación masiva, la precarización
del trabajo y la expulsión de enormes masas hacia el exterior de la
humanidad, parezca señalar lo contrario. Pese a las expulsiones, el mercado
multiplica el número de sus consumidores por un expediente económico eficaz.
La multiplicación de los actos de consumo por cada individuo consumidor
compensa con creces la restricción del número de consumidores. La
subjetividad del consumidor es, entonces, un medio de producción del
mercado. Cuando el sujeto está constituido como consumidor, la
multiplicación de sus actos de consumo es una consecuencia necesaria. Para
la lógica de la diversificación de los productos, este expediente es más
eficaz que el del aumento de volúmenes de producción de objetos
estandarizados del mismo tipo. El que no es consumidor, y sólo necesita un
tipo particular de objetos, entorpece la rueda de la multiplicación
mercantil. El consumidor está sostenido en la promesa del objeto totalmente
satisfactorio; pero el mercado tiene que lograr que la promesa se reproduzca
como promesa sin que jamás se realice. El consumidor debe estar en
condiciones subjetivas de desechar el último objeto en nombre del próximo;
el sujeto de la imagen tiene que estar dispuesto a desestimar los signos de
ser para ser reconocido por los nuevos signos. El consumidor y el sujeto de
la imagen tienen que quedar a salvo de terminar capturados por el objeto que
consumen y el signo que momentáneamente son.
16. El adicto, entonces, constituye a la vez la
realización y la consecuente interrupción del sujeto del consumo, de la
promesa estructurante del mercado y sus subjetividades. La tecnología tenía
que producir efectivamente el objeto que colmara a un sujeto. Lo hizo; pero
ahora no puede ya ofrecer otro objeto. Por una vez, el sujeto ha hecho una
experiencia del objeto, pero ha quedado prisionero en la naturaleza
satisfactoria de la relación. Desde la lógica del consumo, este triunfo paga
un precio altísimo: el sujeto ha sido modificado pero no puede ya salir del
encuentro tal como ha entrado. Por ese motivo, en la instancia massmediática
de delimitación de las patologías, este encuentro tan logrado queda
establecido como aniquilacíon subjetiva: el sujeto ha desaparecido tras el
objeto que lo satisface -y desde entonces lo constituye.
17. El consumo de unos objetos variables
circunstancialmente produce una imagen reconocible según los patrones
coyunturales. El consumo adictivo de fijación a un objeto (una sustancia,
una práctica, un tipo sexual, una actividad informática, un agujero del
cuerpo o una imagen ideal) engendra a su vez también una imagen específica:
la imagen del adicto como tipo reconocible, predicable, como imagen donadora
de una identidad, la identidad adictiva. El adicto se comunica con el
programa televisivo de ayuda (o con los centros de ayuda hacia donde los
programas televisivos derivan las patologías una vez delimitadas). El adicto
dispone de un discurso que lo representa y aliena de modo reconocible para
el conjunto. Tiene un lugar de recuperación y una tarea posterior. Tiene una
vida con su epopeya trazada: fascinación, hundimiento, arrepentimiento,
recuperación, prédica y reclutamiento antiadictivos.
18. En esta línea, la drogadependencia se tiene
que concebir como forma específica de una modalidad adictiva general. La
existencia de sustancias alucinógenas, barbitúricas, estimulantes o
afrodisíacas en diversas sociedades no podía dar lugar por la pura potencia
de la sustancia a la adicción instituida como tal. Esas mismas sustancias
sin la subjetividad capaz de entrar en relación adictiva con la cosa
cualquiera, no podían dar lugar a la adicción instituida a las drogas; las
drogas podían circular sin drogadictos. Por el contrario, sólo la
subjetividad adictiva en general, constituida por las instancias de
delimitación de las patologías, sobre el envés subjetivo de la figura
instituida del consumidor, podía permitir el paso del usuario tenaz de
sustancias tóxicas al adicto.
19. He aquí el problema. Las drogas de por sí no
causan adicción: las diversas situaciones en que circulan sin patologías
adictivas así lo probarían (tal como lo señalan ilustradamente los textos de
Escohotado entre otros). Pero en las condiciones actuales, constituyen un
objeto privilegiado de la amenaza adictiva. En estas condiciones, las drogas
producen adictos (o mejor: realizan la adicción de los adictos producidos
por las prácticas del consumo). Por eso, es tarea de los especialistas
determinar el punto en que se constituye el campo de intervención.
APÉNDICE
UNAS HERRAMIENTAS PARA LEER SUBJETIVIDAD
ADICTIVA:
UN TIPO PSICO-SOCIAL INSTITUIDO. CONDICIONES
HISTÓRICAS DE POSIBILIDAD
El campo de la subjetividad se constituye como un espacio atravesado por un
problema central: el estatuto situacional de la naturaleza humana. Esto es,
no hay una definición universal de hombre sino situaciones socio-históricas
que engendran su humanidad específica. Se trata en definitiva de la
radicalización de la historicidad de la carne y el alma humanas, y en
consecuencia del abandono de una latencia biológica de fondo capaz de
unificar el conjunto de las producciones históricas. Tal postulación resulta
imposible sin una categoría central: el concepto práctico de hombre. Para la
historia de la subjetividad, el concepto práctico de hombre determina una
humanidad específica por la vía práctica -y no tanto por la vía de las
representaciones . Una humanidad específica que determina prácticamente
cuáles de los cuerpos sapiens pertenecen a la humanidad culturalmente
establecida. Pero que también establece cuál es la propiedad constitutiva de
lo humano para las circunstancias en que se instituye dicha humanidad
(situacional).
El ensayo trabaja sobre una concepción de subjetividad que requiere algunas
precisiones. Las precisiones, naturalmente, tendrán sus debilidades, en la
medida en que esta concepción de la subjetividad está instaurando sus
primeros mojones. Pero las precisiones también podrán señalar el espíritu
general, los obstáculos específicos, alguna concepción agotada en diálogo
con la cual se va constituyendo esta línea de trabajo. Pero no mostrará una
teoría constituida sino una serie de herramientas que se han ido fabricando
en situaciones diversas. Estas herramientas, modificadas por el uso,
trabajan el campo de la historia de la subjetividad.
SUBJETIVIDAD SOCIALMENTE INSTITUIDA
La naturaleza humana no está determinada de por sí: lo que hace ser hombres
a los hombres no es un dato dictado por la pertenencia genérica a la
especie. Los hombres no disponen de una naturaleza extrasituacional, es
decir, no son un dato de la naturaleza dictado por la pertenencia genérica a
la especie. Los hombres son el producto de las condiciones sociales en que
se desenvuelven. Esa naturaleza humana, resultante de las condiciones
sociales, es intraducible de una situación a otra. De ahí se deriva que la
esencia humana es situacional.
Nada hay aquí de relativismo cultural. Pues, por un lado, para un habitante
de la situación, su situación es absoluta, sin exterior con otra situación
con la cual comparar (relativizar) su pertenencia efectiva a la situación en
que habita. Por otro lado, como la pertenecia a la situación es absoluta, la
naturaleza determinada por esa pertenencia es esencial. Finalmente, no se
trata de relativismo cultural porque aquí no estamos ante concepciones
culturales diversas que son predicadas de distintos modos y con distintos
contenidos a los miembros de una cultura. Se trata más bien de prácticas
concretas que instauran una subjetividad de modo efectivo, sin plan, sin una
estrategia deliberada de fojar los individuos según un arquetipo. El tipo
resultante no es la efectaución-resultado de un tipo ideal sino el efecto
consistente más alla de las intenciones constitutivas y calculadas.
Esta subjetividad no es el contenido variable de una estructura humana
invariante sino que interviene en la constitución misma de esa humanidad
situacional Esta subjetividad resulta de marcas prácticas sobre la
indeterminación de base de la cría sapiens. Esa indeterminación del recién
nacido recibe una serie de marcas que la ordenan. Estas marcas -de diverso
tipo según las diversas organizaciones sociales- producen una limitación de
la actividad indeterminada de base que define el punto caótico de partida.
Estas marcas socialmente instauradas mediante prácticas hieren a la cría,
que recibe una serie de compensaciones a cambio de la totalidad ilimitada e
informe que era hasta entonces. Los enunciados de los discursos -que con su
capacidad de donación de sentido compensan esas heridas- constituyen el
anudamiento básico de esa subjetividad instituida. Así las prácticas de los
discursos instauran las marcas estructurantes; los enunciados de los
discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La marca
deviene significativa. La herida tiene sentido: la subjetividad queda
organizada por esas marcas y ese sentido.
Pero lo que se llama subjetividad no son más que operaciones. No se trata de
capacidades, ni de lugares, sino de operaciones. Ahora bien, estas
operaciones no son propias del cerebro humano. La programación es una
práctica de la que resultan las operaciones que hacen ser a la subjetividad
de la que se trate. Las prácticas que producen subjetividad son las
prácticas que instauran unas operaciones en la carne humana. Por otra parte,
las prácticas productoras de subjetividad, si se estandarizan, dan lugar a
lo que llamamos dispositivos de producción de subjetividad. Las operaciones
que instaura un dispositivo no son las que él mismo hace, son las que obliga
a hacer a un individuo para permanecer, para ser habitante de ese
dispositivo. La pura existencia del dispositivo exige una serie de
operaciones subjetivas para habitarlo. No las induce, no las propagandiza,
no las modeliza: con estar le basta para que uno se oblige a hacer algo para
que su presencia allí tenga sentido. Naturalmente, la primera operación será
una suposición de sentido para tolerar la permanencia bajo el rigor material
de las prácticas que dispone el dispositivo. Esa suposición produce una
segunda operación que es la transferencia de sentido hacia algún agente del
dispositivo. La tercera será la conjetura (elaborada por el sujeto en
cuestión, pero atribuida al dispositivo o a sus agentes primordiales) sobre
el sentido supuesto y transferido. A partir de entonces, dependen de cada
dispositivo las acciones de cuerpo y de pensamiento que tallarán la
subjetividad. El dispositivo estará así marcando los lugares por los cuales
el individuo habrá de orientarse. En síntesis, la subjetividad socialmente
instituida consiste en la serie variada de operaciones obligadas por el
dispositivo para habitar (tolerar) una situación determinada.
El polités ateniense difiere de homoiós no sólo en convicciones ideológicas,
en hábitos o vestimenta. Difiere esencialmente porque los dispositivos, las
prácticas, los discursos y las instituciones que los han instituidos como
humanos difieren a su vez radicalmente. Que el nacimiento del niño esté
determinado por el anhelo paterno o por la obligación estatal es ya un
hecho, pero con eso no alcanza. El hecho de que a su vez en Esparta sea el
Estado y no los padres el que determina si el individuo recién nacido es
apto o no para seguir viviendo determina una modalidad de deuda específica :
el futuro homoiós deberá su vida al consejo que le permitió vivir (y evitó
el sacrificio al pie del monte Taigeto). Esa relación con el estado no será
un mero contenido ideológico obtenido a posteriori mediante una propaganda
estatal excesiva : está instituida a priori por esas prácticas mismas de
adopción social de los infantes. Esto no es más que un ejemplo, pero bajo
esa línea habrá que postular la esencial diferencia entre los tipos
subjetivos hallables en diversas culturas y en diversas épocas.
ENVÉS SUBJETIVO
El hombre situacionalmente instituido no se agota en la figura visible
delineada por las prácticas y discursos que lo han instituido. Si la
producción de subjetividad resulta de la instauración de unas marcas
efectivas sobre una carne y una actividad psíquica, lo cierto es que estas
marcas, logrando por un lado su resultado, por otro producen un campo de
efectos secundarios, ineliminables, e invisibles para los recursos
conceptuales y perceptivos de la situación en que se instituye la
subjetividad de marras. No hay marca que al marcar efectivamente una
superficie en actividad no produzca además un exceso, o un plus. Ese exceso
es efecto de la operatoria que instituye los soportes subjetivos pertinentes
para las situaciones efectivas. Es el efecto (singularizante) de la
subjetividad instituida (serial). Es un efecto excedentario de lo instituido
que no resulta asimilable al campo de lo instituido. Ese exceso ineliminable
es lo que aquí llamamos envés subjetivo.
Su importancia radica en que permite desligarse de dos tentaciones gemelas.
La primera tentación sostiene que el envés subjetivo universal es el que ha
pesquisado el psicoanálisis. Sea cual fuere la institución práctica de
hombre de la que se trate y como efecto imperceptible a priori de esa
institución, permanecerá agazapada la constelación edípica con todas sus
configuraciones posibles, sus acechanzas y sus certezas. La segunda
tentación señala lo contrario. Como las categorías de lo inconsciente
reprimido resultan de la institución burguesa del sujeto de la conciencia,
bastará con que los hombres no sean producidos por el estado nacional y la
familia nuclear burguesa para que, si desaparece el inconsciente que resulta
de esta operación desaparezca también cualquier zona de exceso, de plus
respecto de la subjetividad socialmente instituida. El psicoanálisis es la
teoría del envés subjetivo del sujeto de la conciencia instituido por las
prácticas cívicas del estado nación y la familia nuclear burguesa.
Pero la experiencia conjeturalmente extendida del psicoanálisis nos permite
postular el siguiente cuadro formal. La institución práctica de la humanidad
varía de situación en situación. El tipo de subjetividad instituida que
resulta varía con las prácticas de producción. Como efecto de la institución
visible se produce un revés subjetivo invisible, no calculado. Este revés
depende del tipo de prácticas de producción de subjetividad. Si varía la
subjetividad instituida varía el envés de sombra. La variación del envés no
se deduce de (pero se produce como efecto incalculable de la operación de)
la institución de la subjetividad socialmente instituida.
La postulación del envés subjetivo es un requisito necesario en la historia
de la subjetividad para dar cuenta de un efecto decisivo: las mutaciones
tanto del lazo social como de la subjetividad instituida. Caso contrario,
sería necesaria una instancia autónoma, exterior, independiente, capaz de
engendrar las mutaciones. Pero si hay una instancia exterior capaz de
cambiar por sí misma las realidades, entonces estamos de nuevo en la
doctrina del fundamento inmutable que todo lo transforma. La ventaja de la
postulación del exceso es que no requiere de otra sustancia más que las
prácticas de producción de subjetividad para engendrar lo otro de la
subjetividad instituida capaz de alterarla. A partir de ese envés de la
subjetividad instituida se constituye el agente capaz de alterar la
subjetividad y el lazo social instituidos.
La pregunta, sin embargo, insiste: ¿cuál será el agente capaz de alterar la
subjetividad y el lazo social instituidos? ¿cuál será el agente pertinente
para realizar la crítica? Ese agente no será sustancia ni estructura sino
operación; llamemos subjetivación a la operación capaz de intervenir sobre
la subjetividad y el lazo social instituidos. La subjetivación -como la
subjetividad- es una operación, pero una operación de otra naturaleza, de
otro estatuto. Se trata de una operación crítica sobre la subjetividad
instituida, pero no hay posibilidad de subjetivación sin un plus producido
por la instauración de una subjetividad determinada. Esa subjetivación será
una operación sobre la serie de operaciones instituidas, pero su
funcionamiento trabaja en otro nivel lógico. Ese otro nivel lógico sólo es
posible por la instauración del primero y de su plus. La operación crítica
que llamamos subjetivación es la operación sobre la subjetividad instituida
desde el plus que ha producido como efecto impertinente.
Pero la operación de subjetivación también es situacional. Siendo la
subjetividad instituida y su envés subjetivo situacionales, la subjetivación
no podría ser estructural. Esto es, no hay estrategia de subjetivación
general sino operaciones de subjetivación eficaces en superficies
determinadas.
SOPORTE SUBJETIVO DEL LAZO SOCIAL
Se suele llamar soporte subjetivo del lazo social a la figura individual,
específica, que está en la base de la operatoria del estado. Si aquí es
lícita la metáfora de los elementos y las relaciones, habrá que llamar lazo
social a las relaciones que se establecen entre los elementos; habrá que
llamar correlativamente soporte subjetivo del lazo a los elementos
constitutivos de la relación. Y la metáfora vale sólo si se le adosa una
condición. De ninguna manera se podrá admitir que los elementos preexisten a
la relación, o que la relación preexiste a los elementos. La institución de
una subjetividad específica y de un lazo específico es consustancial. No hay
instauración de un tipo de lazo social que no sea a la vez la instauración
de un soporte subjetivo pertinente; no hay institución de una subjetividad
específica que no sea a la vez una efectuación de los requerimientos de un
tipo específico de lazo social. Siendo este el estatuto de la articulación,
la variación en el lazo social o en el soporte subjetivo de ese lazo produce
como efecto inevitable la alteración del término complementario. Esto es, no
hay transformación del lazo social (o del soporte subjetivo) sin
transformación de su soporte subjetivo (o del lazo social) complementario.
El individuo capaz de sostener y sostenerse en la igualdad ante la ley es
absolutamente necesario para la lógicas de los estados nacionales. Ahora
bien, una nación no es un reino; un imperio no es una colonia; una comunidad
no es un estado. Diversos tipos de agrupamiento dan lugar a diversos modos
de enlazamiento entre los términos que los componen. No hay nación si no se
compone de ciudadanos; no hay reino si no se compone de súbditos; no hay
mercado - en el sentido actual más radicalizado del término - si no se
compone de consumidores. La institución del lazo social es a la vez la
institución específica de la subjetividad del tipo de individuo capaz
habitarlo.
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